Nacido en 1924 en Carolina del Norte, Noland fue soldado, taxista y estudiante de música con el mismísimo John Cage, antes de ser pintor. Su éxito le llegó en los años sesenta y setenta, antes de caer en el olvido en los ochenta, cuando precisamente se le criticaba la impersonalidad de sus obras. La década pasada le vio resurgir, con una decena de exposiciones en Nueva York, Houston, Londres y Bergamo, entre otras ciudades. Su obra se exhibe ya en las colecciones permanentes de más de 30 museos de arte moderno de todo el mundo.
En 1988 dio un discurso en la Universidad de Hartford. Entonces parecía sentirse incomprendido. No es que no quisiera que el arte reflejara a la vida real. Esperaba que el arte, en sí mismo, cambiara el mundo.
Noland, junto con otros maestros abstractos, abriría el camino al pop art, con su factura impersonal y su rechazo a añadir contenido ideológico evidente a los lienzos. Como decía la crítica y profesora de arte Victoria Combalía en ese mismo diario en 1983, los temas de Noland eran varios: “La tensión entre formas cerradas y abiertas, la interacción del color según las normas de la Gestalt, el juego entre imagen pintada y formato, etcétera”. En aquel mismo año, la Galería Joan Prats de Barcelona le dedicó una exposición, y Combalía habló con él.