Estoy sentado en una silla en el Aeropuerto Internacional de Dayton, vuelo retrasado, revisando tweets, fotos y varias otras actividades en el dispositivo en mi mano mientras que espero para saber si mi próximo vuelo será cancelado. Todo el mundo a mi alrededor parece estar haciendo lo mismo. Somos un mar de gente perdida en el brillo fascinante de nuestras pantallas.
De repente, una siniestra barra roja interrumpe mis actividades en mi dispositivo, acompañada de una advertencia: batería baja.
Mi primera reacción: frustración, irritación y molestia. ¿Por qué demonios mi teléfono está a punto de morir? No puedo creer que esta maldita estúpida cosa!
Por supuesto, he estado pacífico durante la última hora (o dos), frenéticamente jugando en mi teléfono, saltando entre los iconos, en busca de la próxima dosis efímera de dopamina. Mi comportamiento: reaccionario e impulsivo y todo lo opuesto a estar consiente de mis actitudes.
Pero no es culpa de mi teléfono, es mía: rara vez la culpa pertenece al objeto o cosa material. Lo material no es el problema, somos lo somos.
Al darse cuenta de esto, puse el teléfono a un lado y respiro estando consiente del mundo que me rodea, pero sólo después de haber enviado un último tweet:
Si el teléfono está constantemente “a punto de morir”, entonces tal vez no es el teléfono el que tiene un problema.